El existencialismo de Jean Paul Sartre: ineludible autonomía


Por Damary Santos Francisco

9 de julio, 2020

El existencialismo es un humanismo es la conferencia impartida por  Jean Paul Sartre  en París, en octubre de 1945, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. La disertación trata sobre diferentes aspectos de dicha doctrina, pero el enfoque de este escrito es la perspectiva atea del existencialismo y la responsabilidad de elección.

Es pertinente, para iniciar, esclarecer el significado de una de las palabras fundamentales en la ponencia del filósofo que nos atañe en este texto: existencialismo.  Se trata de un neologismo empleado por primera vez por Søren Kierkegaard (1813-1855), y se le define como una  doctrina filosófica que sostiene que el individuo adquiere el conocimiento a través de su propia existencia, la cual precede a la esencia o al significado (semas). ¿Qué significa, aquí, que la existencia precede a la esencia? ─señala Sartre─  Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define.

En otras palabras, el hombre se define a sí mismo a partir de su experiencia vital o de sus circunstancias. Sartre ejemplifica esto haciendo la comparación entre el objeto y las personas. Dice que, a diferencia de los humanos,  el objeto es preconcebido por un diseñador, de manera que su esencia se corresponderá con esta visión previa. Es lo que sucedería, por ejemplo, con una silla creada; su fin o su destino es invariable e indiscutible, es esencialmente un asiento. No sucede así con las personas ─añade─, ya que los humanos poseen la facultad de autodefinirse. 

La concepción existencialista de Sartre no admite la idea de un creador divino, por tanto, no existe tampoco una naturaleza humana preconcebida. Al mismo tiempo, afirma que es el mismo hombre quien se hace y se concibe a sí mismo, lo define como un proyecto que se ejecuta a partir de las vivencias, y estas vivencias serán enteramente subjetivas.

Aludiendo a la postura anterior, cabe destacar que los principios expuesto por Sartre en la conferencia son, básicamente, una defensa de su teoría ante otras corrientes que le criticaban esta desvinculación absoluta con lo que podría identificarse como el mundo de las ideas introducido por Platón y seguido por las corrientes existencialistas cristianas. Sartre señala que lo que en realidad ocurre a quienes critican estas ideas es que temen a las consecuencias de una concepción que promueve la libertad absoluta de elección.

Este miedo a la libertad es lo que sugiere Nietzche en su Parábola del Loco;  las personas se conmocionan al escuchar que Dios ha muerto, pues no saben cómo enfrentarse a una existencia que no se rija por ningún designio superior:

¿Cómo nos consolaremos, nosotros, asesinos entre los asesinos? Lo que el mundo poseía de más sagrado y poderoso se ha desangrado bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará de nosotros esa sangre? ¿Qué agua podrá purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué juegos nos veremos forzados a inventar? ¿No es excesiva para nosotros la grandeza de este acto? ¿No estamos forzados a convertirnos en dioses, al menos para parecer dignos de los dioses? No hubo en el mundo acto más grandioso y las futuras generaciones serán, por este acto, parte de una historia más alta de lo que hasta el presente fue la historia. 

Se entiende, pues, que renunciar a la idea de Dios, de un ser divino que interviene en la existencia humana, deja al hombre la absoluta responsabilidad de sus actos. No existen designios morales preestablecidos para su accionar; no existe un referente superior implicado en su destino. Por tanto, se turba y se desconcierta ante la responsabilidad que conlleva esta libertad.  Además, esta ausencia de la divinidad otorga al hombre la posibilidad de proyectarse a sí mismo, de trascender su propia condición, todo esto en base a las acciones producto de su elección.

Ante la posibilidad de proyectar la existencia, Sartre enfatiza el deber de la elección. Y aquí también recae una de las posturas más polémicas de su teoría: el hombre decide lo que es bueno y lo que es malo, sin sujetarse a ningún esquema moral. También recalca que no es posible abstenerse de elegir, pues la acción de no elegir es una elección en sí misma.

Las elecciones repercuten no solo en el individuo, sino en el colectivo. Las acciones elegidas cobran vida a través de la elección, por tanto, cada cual es responsable de su existencia y del impacto que genere.

En resumen, el existencialismo sartreano sostiene que no es posible la esencia previa a la existencia. Las personas no han sido prediseñadas, por tanto, son responsables de su autodefinición. Esta autodefinición está constituida por la experiencia. Sartre considera que quienes se oponen a tal  grado de autonomía temen a la libertad absoluta y, por ello, precisan creer en la existencia de un ser superior que interviene en su destino. Desde la perspectiva existencialista sartreana, corresponde a los humanos decidir lo bueno y lo malo y actuar según su criterio. La acción de elegir es de carácter ineludible.   



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