Por Damary Santos Francisco
05 de junio, 2020
La poesía es viva expresión del sentimiento humano, por esta razón puede ilustrar planteamientos teóricos de las ciencias que estudian el pensamiento y la conducta de las personas a nivel social e individual. Tal es el caso de la elegía, composición poética que bien puede representar el proceso psicológico del duelo. Evidencia de ello es la Elegía a Ramón Sijé, del poeta español Miguel Hernández (1910-2942), como veremos en este análisis comparativo entre las estrofas de la pieza poética y las referencias del artículo académico El proceso del duelo. Un mecanismo humano para el manejo de las pérdidas emocionales (2008).
Etimológicamente, la palabra duelo proviene del latín dolium: dolor, aflicción. Se trata de la reacción natural experimentada ante la pérdida de alguien o algo. Aunque, desde esta perspectiva, el proceso más doloroso es el causado por la muerte: la finitud vital de quien nos ha merecido significativo aprecio. La magnitud del duelo está determinada, entonces, por la profundidad del afecto dispensado. Al respecto, nuestro artículo de referencia señala que “la intensidad del duelo no depende de la naturaleza del objeto perdido, sino del valor que se le atribuye”.
El duelo causado por la muerte no sólo conlleva desolación por la ausencia permanente del otro, también aflora la conciencia de nuestra propia transitoriedad; una especie de nostalgia por el destino final e ineludible de todo ser viviente. Expertos de la psicología aseveran que el duelo se procesa en distintas etapas o reacciones cuya duración y desarrollo están sujetos a las variables implicadas en cada caso. Las fases son tres: rechazo (incredulidad, negación), etapa central (depresión) y la etapa final (restablecimiento, aceptación).
Cada etapa se caracteriza por diferentes actitudes. En la primera, el rechazo, se observa la incredulidad, que puede derivar en negación; es un sentimiento de irrealidad en el cual se manifiesta un “comportamiento tranquilo e insensible, o por el contrario, exaltado”. Se cataloga como un sistema de defensa cuyo propósito es bloquear las facultades de información. Este estado no se prolonga por mucho tiempo; se origina desde el anuncio de la muerte hasta el funeral. La segunda fase, la depresión, es la de mayor duración; su extensión está determinada por las circunstancias particulares y circunstanciales. En la segunda etapa también se experimenta soledad social y emocional; la imagen de la persona desaparecida es pensamiento recurrente del doliente; luego se alternan sentimientos dolorosos con la reincorporación de la normalidad. La etapa final es la adaptación a la nueva realidad, desaparece la depresión y se restablece la capacidad de amar.
Resulta notorio que el duelo es un proceso predominantemente emocional; el cúmulo de sensaciones es tal que, de no canalizarse adecuadamente, podría causar daños psicológicos duraderos e incluso permanentes.
¿De qué manera se relacionan el duelo y la elegía? La elegía es la expresión del sentimiento de pérdida; podría considerarse como la composición poética con mayor efecto catártico. Aunque, en general, todo poema es una catarsis. Quizás haya en ésta mayor apremio expresivo, esa premura por liberación a través de las palabras. Son creaciones que retratan el efecto de ese dolor superior y las ansias de expulsarlo, cual exorcismo emocional. La elegía disecciona la vehemente, pausada e ineludible aflicción que he venido describiendo: la conciencia de la ausencia definitiva. Pese a que estas composiciones expresan dolor, subyace en ellas el reconocimiento de la valía y las virtudes del hecho vital al poner de relieve la inapelable transitoriedad humana. Con el cese de la existencia se recobra mayor conciencia del privilegio de existir.
El duelo de Miguel Hernández por la muerte de quien fuera su entrañable amigo desde temprana juventud es expresado en la Elegía a Ramón Sijé. Sijé, cuyo nombre de nacimiento fue José Ramón Marín Gutiérrez, compartió con el autor importantes vivencias; sentían profunda admiración el uno por el otro y compartían inclinaciones literarias y políticas. Cuando Ramón murió, a causa de una infección intestinal, el dolor de Hernández fue sumamente agudo y lacerante. Veamos cómo lo expresa el poeta.
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
En esta elegía las fases del duelo se alternan indistintamente. De manera aleatoria, los sentimientos de negación, depresión, aceptación se deslizan entre una estrofa y otra. Los primeros versos manifiestan el deseo de preservar la imagen o la presencia del amigo, aferrándose a los vestigios materiales de su existencia. El yo poeta rehúsa a perderlo de vista; quiere darle vida con su mirada y con su tacto. En las lágrimas encuentra una vía de acercamiento; con ellas riega la tierra donde yace el cuerpo del entrañable compañero, como si con ello pudiera hacerle brotar cual flor bajo la lluvia. Que su dolor sirva de alimento a la flora y a la fauna que circundan sus restos. Es, en definitiva, el apego a la evidencia física del ser querido; renuencia a una partida terminante.
El yo poeta aloja tanto dolor en el pecho, que incluso le duele respirar. Es aquí cuando pasa a describir la depresión aunada a la conmoción que le embarga: es inmensa; tiene mayor conciencia de esta muerte que de su propia existencia.
Ando sobre rastrojos de difuntos, / y sin calor de nadie y sin consuelo / voy de mi corazón a mis asuntos.
No hay extensión más grande que mi herida, / lloro mi desventura y sus conjuntos / y siento más tu muerte que mi vida.
La etapa central del poeta también denota indignación por la abrupta partida. Percibe la muerte de su amigo como arrebatamiento muy temprano, y así fue.
Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado.
Temprano levantó la muerte el vuelo, / temprano madrugó la madrugada, / temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada, / no perdono a la vida desatenta, / no perdono a la tierra ni a la nada.
Y entonces, aparece la negación acompañada de ira y frustración. No lo acepta, no se resigna, se rebela contra la implacable realidad.
No perdono a la muerte enamorada, / no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes / sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes, / quiero apartar la tierra parte a parte / a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera / y desamordazarte y regresarte.
El yo poeta concluye aceptando. Asume una presencia distinta, una nueva manera de “estar al lado” del finado: el recuerdo. El alma de su amigo, inmortal, le hará compañía. Él se hará presente cuando contemple las vivencias compartidas, y la huella imperecedera de una esencia distintiva y personal permanecerá a su lado.
A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas / compañero del alma, compañero.
En suma, estamos ante la catarsis elegíaca. Figuras que describen, con vehemencia y nitidez, un sentimiento contundente y etéreo. Un retrato de reacciones ante la explicación inexistente o inacabada. Anhelo de significado ante la arbitrariedad de la muerte.
La elegía es al duelo un recurso terapéutico. Resulta alentador liberar el dolor a través de las palabras, de la misma manera afecta descubrir los propios sentimientos en los versos de un poema. Aunque el dolor se siente exclusivo, inigualable, el vate lo ilustra con el poder expresivo de la poesía. Es así como en cada estrofa se vierte el remedio de la identificación, presentando el holograma del propio pesar, para mirarlo y enfrentarlo.
Referencia bibliográfica:
Meza Dávalos, Erika g; García, Silvia; Torres Gómez, A; Castillo, l; Sauri Suárez, S; Martínez Silva, El proceso del duelo. Un mecanismo humano para el manejo de las pérdidas emocionales. Revista de Especialidades Médico-quirúrgicas, vol. 13, Núm. 1, enero-marzo, 2008, pp. 28-31. Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado México, México.