Acababa de cometer un crimen, y horrorizada llamé en mi auxilio a la religión. Con ademán solemne, la religión puso en mis manos una moneda, cuyas dos caras representaban mis buenas y malas acciones. Emprendí la subida por un sendero escarpado que se elevaba al cielo, y al avanzar, examiné la moneda. Desde luego, halléSigue leyendo «La conciencia: cuento de Adela Zamudio (1854-1928)»