Amar a una ramera

Artículo de Anastassia Espinel Souares

La dama de las camelias: portada Editorial: MONDADORI, 2011

Todos los que leímos «La dama de las camelias de Alexandre Dumas (Hijo), seguramente nos preguntamos a nosotros mismos si la trágica historia de amor de Armando y Margarita es realmente tan excepcional como parece a primera vista.

En realidad, no lo es en absoluto, ya que la historia conoce numerosos ejemplos que demuestran todo lo contrario. Si vamos a remontarnos hasta el Mundo Antiguo, vale la pena recordar la famosa historia de Pericles y Aspasia. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que una hetaira como Aspasia no era una ramera en pleno sentido de la palabra sino una servidora de Afrodita, una mujer libre cuya casa y cuyo corazón siempre estaban abiertos para sus amigos y admiradores. Aspasia vino a Atenas de su natal Mileto en compañía de otras servidoras de la diosa de amor y pronto comenzó a jugar un papel importante en la vida de la ciudad más importante de Grecia. Como se sabe, el gran Pericles no sólo se enamoró de ella perdidamente sino que la convirtió en su esposa legítima y esto no manchó en absoluto la reputación del primer hombre de Atenas.

Friné ante el areópago (1861), obra de Jean-Léon Gérôme — Hamburg Kunsthalle.

Otros personajes distinguidos de la Grecia Clásica tampoco ocultaban sus amores con las hermosas servidoras de Afrodita. El gran filósofo Platón inmortalizó en su famoso «Banquete» a la hetaira Diotima y el famoso comediógrafo Menandro compartió toda su vida con la hetaira Gliceria.

En muchas sociedades antiguas existía la así llamada «prostitución sagrada». En Babilonia las sacerdotisas de la diosa Istar tenían que entregarse a todos los fieles que visitaban el templo por motivos religiosos. Si algún visitante especialmente devoto sentía una atracción especial por alguna de las sacerdotisas, tenía todo el derecho de pagar por ella el rescate, llevársela consigo y convertirla en su esposa legítima; por lo tanto, si Armando y Margarita hubieran nacido hace tres mil años en alguna ciudad de Mesopotamia, nada podría impedirles unirse por siempre y ser felices.

Es más, no sólo ciudadanos comunes sino algunos monarcas antiguos formalizaban sus relaciones con las servidoras de amor y las convertían en sus reinas. Tolomeo I el Soter, el fiel amigo y colaborador de Alejandro Magno, se casó oficialmente con Tais, la famosa hetaira ateniense, quien le había dado varios hijos.

Joseph Frappa. Friné les enseña sus pechos a los jueces. 1904.

Aún más impresionante resulta la historia de Justiniano y Teodora, la famosa emperatriz prostituta. Como se sabe, el padre de Teodora era un simple guardián de osos en el circo de Constantinopla. Desde muy joven, la futura emperatriz participaba en los más atrevidos espectáculos circenses y pronto superó a todas las prostitutas de la capital bizantina por su habilidad en toda clase de diversiones perversas. En una de las orgías nocturnas con los jóvenes oficiales de la guardia, Teodora conoció al futuro emperador Justiniano quien se enamoró de ella perdidamente y decidió tomarla por esposa a pesar de todas las protestas por parte de su familia y de toda la nobleza del Imperio. Para poder hacerlo tuvo que convencer a su tío, el emperador Justino, de modificar la ley sobre el matrimonio.

Convertida en emperatriz, Teodora justificó plenamente el dicho de que la mujer que era prostituta en su juventud suele convertirse en una mojigata en la vejez; ahora dirigía toda su energía únicamente en las intrigas políticas.

Justiniano y Teodora. Imagen de dominio público.

En la Edad Media la salvación de las mujeres caídas se consideraba una tarea primordial para todo cristiano fiel y devoto. El matrimonio con una prostituta arrepentida se consideraba por el derecho canónico como la muestra de la máxima piedad cristiana y una manera sumamente eficiente de expiar todos los pecados del pasado. En el año 1198 el Papa Inocencio III anunció que a cualquier hombre que se casaba con una «pecadora arrepentida» se le perdonaban de una vez sus pecados e instauró unas instituciones especiales que facilitaban los trámites legales para esta clase de matrimonios.

Sin embargo, no todo era de color rosa en la vida de las antiguas prostitutas pues no les resultaba fácil librarse de su pasado; incluso casada con un hombre respetado, la sociedad seguía rechazándola. Por ejemplo, un decreto aprobado en Hamburgo en 1483 dice lo siguiente:

Una prostituta arrepentida no puede lucir joyas y siempre tendrá que cubrir sus cabellos con una cofia. Incluso si se casa con un hombre honesto, no podrá tener ningún trato con las mujeres honradas.

La emperatriz María Teresa de Austria luchaba contra la prostitución de una manera muy original. Creó la así llamada «Comisión de castidad» cuyos miembros periódicamente chequeaban los burdeles. Todo hombre sorprendido en el lecho con una prostituta, en caso de ser soltero, tenía que casarse con ella oficialmente; aquella medida draconiana era considerada como castigo ejemplar para el cliente aunque, en realidad, podría ser más bien un castigo para la misma prostituta pues nadie la preguntaba si ella deseaba aquel matrimonio o no.

En Francia del siglo XIX las cocottes, grisettes y otras damiselas de dudosa reputación solían rodear a los bohemios, formando con ellos uniones bastante estables que no carecían de amor. El poeta Paul Verlaine compartió los últimos años de su turbulenta vida con dos rameras envejecidas a la vez. Ellas lo regañaban a menudo y en ocasiones incluso le pegaban, pero al parecer, a Verlaine no le desagradaba aquella existencia. Sus dos concubinas prácticamente le arrancaban de las manos todos sus manuscritos pues el poeta ya era bastante famoso para poder vender sus escritos y obtener ganancia.


Le lever des grisettes . Deveria Achille (1800-1857)

El pintor Henri de Toulouse-Lautrec, descendiente de una antigua familia aristocrática, durante un tiempo se instaló en un burdel para poder lograr una mejor representación de la vida nocturna parisina de finales del siglo XIX y estudiarla «desde el interior», por supuesto, no sólo de forma teórica.

Es curioso que en su busca de inspiración los bohemios del siglo XIX acudían a los servicios de las prostitutas no solo en Europa sino también durante su estancia en otros continentes. El poeta Arthur Rimbaud, mientras se encontraba en Etiopía, compartió su vida al menos con dos prostitutas abisinias: con la primera entre 1884 y 1885, y entre 1888 y 1891 con la segunda. Paul Gauguin en Tahití tenía todo un harén de mujeres nativas aunque, más que prostitutas, eran más bien concubinas del pintor francés pues no le exigían paga por sus servicios sexuales.

‘Salon de la Rue des Moulins’ (Toulouse-Lautrec, 1894).

El poeta francés Charles Baudelaire, el autor de «Las flores del mal», en el año 1842, a la edad de tan solo 21 años, se enamoró de la cortesana, actriz y bailarina Jeanne Duval, cuarterona de origen haitiano, conocida en París bajo el apodo de «Venus negra». Durante más de 20 años aquella mujer que no sobresalía ni por su belleza, ni por su inteligencia ni tampoco por su talento escénico fue amante del poeta y, al parecer, la única mujer por la cual Baudelaire sentía un verdadero amor.

¿Y cómo era el asunto en nuestro país? Como se sabe, el tema de la salvación de una mujer caída por un personaje de noble corazón quien está dispuesto a casarse con ella es bastante frecuente en las obras de nuestros clásicos (vale la pena mencionar al menos a Katiusha Máslova, heroína de «La resurrección» de Tolsoti y a Sonia Marmeládova en el «Crimen y castigo» de Dostoievski).

El retrato de Reynolds de Emily Bertie Pott, como la figura histórica de los tailandeses (1781).

Dejando a un lado la imaginación de nuestros grandes escritores y volviendo a la vida real, recordemos a Piotr Schmidt, mejor conocido como «el teniente Schmidt». Aquel joven aristócrata, nacido en 1867 en una de las mejores familias de toda Rusia, dotado de numerosos talentos y con la perspectiva de una magnífica carrera en la armada rusa, dejó pasmados a todos sus amigos y familiares cuando se casó con una tal Dominika Pávlova, una prostituta callejera de las más baratas. Lo más curioso en esta historia es que, a diferencia del personaje de Dumas y de tantas otras historias por el estilo, ni siquiera estaba enamorado de ella; lo hizo únicamente para ayudarle a aquella infeliz a «renacer moralmente». Aunque vivieron juntos durante varios años y ella le dio un hijo, no era un matrimonio feliz pues la esposa de Schmidt no mostró demasiado entusiasmo para cambiar su modo de vida ni su forma de pensar.

Para finalizar, volvamos nuevamente al Mundo Antiguo y citemos al filósofo Aristipo de Cirene. Una vez, su maestro, el famoso Diógenes, el fundador de la escuela de los cínicos, le reprobó por que convivía con una prostituta. Entonces, Aristipo le respondió: «Si a un hombre no le molesta vivir en una casa que otrora pertenecía a otras personas o navegar en un barco que ya había llevado a otros pasajeros, ¿por qué le debe ser molesto disfrutar de una mujer otrora utilizada por otros hombres?

En fin, no puede haber dos opiniones iguales sobre una misma situación y… una misma mujer.


Fuente: © El libro total

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