Corazón tan blanco, de Javier Marías

«¿Por qué se lo contó, entonces?», dijo Luisa. «No imaginó lo que podía pasar.» «Casi nadie imagina nada, al menos cuando se es joven, y se es joven durante mucho más tiempodel que uno cree. La vida entera parece de mentira, cuando se es joven. Lo que les pasa a los otros, las desdichas, lasSigue leyendo «Corazón tan blanco, de Javier Marías»

Mujercitas

Cuando cerraban la puerta de la verja al salir, una voz les gritó desde la ventana: –Niñas, ¿llevan los pañuelos bonitos? –Sí, sí, los llevamos, y el de Meg huele a colonia –gritó Jo, y añadió riéndose: –Creo que mamá nos preguntaría eso aunque estuviésemos huyendo de un terremoto. –Es uno de sus gustos aristocráticos,Sigue leyendo «Mujercitas»

Fragmentos │Irving D. Yalom: El día que Nietzsche lloró

¿Cuánto me habré perdido en la vida sólo por dejar de mirar? ¿O por mirar sin ver? He reducido mis obligaciones a una sola: perpetuar mi libertad. Que llegue el día en que hombres y mujeres no se vean tiranizados por sus recíprocas debilidades. En solo unos minutos había pasado de la arrogancia a laSigue leyendo «Fragmentos │Irving D. Yalom: El día que Nietzsche lloró»

Julio Cortázar │ Fragmento de Las babas del diablo

Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños, pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dos seguros. No se trata de estar acechando la mentira como cualquier reporter, y atrapar la estúpida silueta del personajón que sale del númeroSigue leyendo «Julio Cortázar │ Fragmento de Las babas del diablo»

Cien años de soledad: fragmentos seleccionados │primera parte

e reunían a conversar sin tregua, a repetirse durante horas y horas los mismos chistes, a complicar hasta los límites de la exasperación el cuento del gallo capón, que era un juego infinito en que el narrador preguntaba si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que sí, el narrador decía que no les había pedido que dijeran que sí, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que no, el narrador decía que no les había pedido que dijeran que no, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando se quedaban callados el narrador decía que no les había pedido que se quedaran callados, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y nadie podía irse, porque el narrador decía que no les había pedido que se fueran, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y así sucesivamente, en un círculo vicioso que se prolongaba por noches enteras.

La loca de la casa: fragmento

M. se equivocaba al creer que yo me había portado como una sinvergüenza y yo me equivocaba al pensar que M. era el hombre de mis sueños. Un ser maravilloso al que yo había perdido por mi nerviosismo y por mi torpeza. Intenté por todos los medios explicarle mi versión o que alguien se laSigue leyendo «La loca de la casa: fragmento»

La conciencia: cuento de Adela Zamudio (1854-1928)

Acababa de cometer un crimen, y horrorizada llamé en mi auxilio a la religión. Con ademán solemne, la religión puso en mis manos una moneda, cuyas dos caras representaban mis buenas y malas acciones. Emprendí la subida por un sendero escarpado que se elevaba al cielo, y al avanzar, examiné la moneda. Desde luego, halléSigue leyendo «La conciencia: cuento de Adela Zamudio (1854-1928)»

El hombre que fue Jueves: duelo filosófico

Fragmento de la novela El hombre que fue Jueves, de G. K. Chesterton La verdad es que valía la pena de oír hablar a Mr. Lucian Gregory –el poeta de los cabellos rojos– aun cuando sólo fuera para reírse de él. Disertaba el hombre sobre la patraña de la anarquía del arte y el arteSigue leyendo «El hombre que fue Jueves: duelo filosófico»

Pär Lagerkvist │El ascensor que bajó al infierno

El señor Smith, un próspero hombre de negocios, abrió el elegante ascensor del hotel y, amorosamente, tomó del brazo a una grácil criatura que olía a pieles y a poder. Se acurrucaron juntos en el blando asiento, y el ascensor empezó a bajar. La mujercita le ofreció su boca entreabierta, húmeda de vino, y seSigue leyendo «Pär Lagerkvist │El ascensor que bajó al infierno»

Emily Brontë: Cumbres borrascosas

¿Ves esas arrugas que tienes entre los ojos, y esas espesas cejas que se contraen en lugar de arquearse, y esos dos negros demonios que jamás abren francamente sus ventanas, sino que centellean bajo ellas corridas, como si fueran espías de Satanás? Proponte y esfuérzate en suavizar esas arrugas, levantar esos párpados sin temor ySigue leyendo «Emily Brontë: Cumbres borrascosas»